miércoles, 8 de junio de 2011

Bajos oficios

Una amiga mía dejó truncos sus estudios en la Escuela Nacional de Música por culpa de esa "cruzada por la educación gratuita" de triste memoria que tuvo lugar en el 99, herida que, a la fecha, sigue abierta e infectada (entre otras cosas, gracias a la indi-gestión de Narro). Para no quedarse sin hacer nada, se inscribió en una universidad de paga, en la carrera de psicología. Poco después de obtener su título, entró a trabajar en un centro penitenciario de alta seguridad, donde, gracias a su empeño y capacidades, ha ido desarrollando una muy exitosa carrera. Hoy está pagando el crédito de su departamento, y estudiando una maestría.
Esta mujer, me consta, disfruta su profesión, y la practica con una ética que no tendría nada de admirable, si no fuera porque, a como están las cosas, dicho comportamiento es más la excepción que la regla.
Yo lo que quisiera saber es dónde encuentra Narro, en un caso como éste, lo indecoroso, lo indigno para un universitario, lo humillante para un joven que quiere profesionalizarse. ¿Dónde? Si ya lo dijo Eraclio Zepeda en uno de sus cuentos: "todos los oficios son dignos; lo único indigno es no tener oficio".
Ahora que hay otra clase de indignidad: la de no realizar bien el oficio de cada uno. Como en el caso de Narro, precisamente: un individuo al que se le paga (demasiado, en mi opinión) para hacerla de rector; es decir, para garantizar que no se interrumpan las labores de la institución, y para vigilar la correcta utilización de sus cuantiosos recursos, entre otras cosas.
Sin embargo, la rectoría -gracias a bichos como Pepito- se ha convertido en una función puramente decorativa. Lo cual, además, es una gran paradoja, teniendo en cuenta que ni la presencia ni los discursos de NarroW sirven, ya no digamos para "decorar" ninguna clase de acto o recinto oficial, sino ni siquiera para entretener a la concurrencia.
Sus dislates más recientes (que no serán, mucho me temo, los últimos que tengamos que soportarle) son vergonzantes, una afrenta al sentido común y al tan cacareado "espíritu universitario". Y son el resultado de un ánimo desenfrenado por ser "reconocido", ser popular y aparecer en todos los periódicos, siempre del lado de "los buenos".
Pero esto último es imposible, porque los de a deveras buenos -para algo, para lo suyo- están en un lugar a donde él nunca llegará, trabajando en donde quieren o pueden, haciendo lo que saben hacer. Cosa que el señor rector, queda claro, ni está dispuesto a hacer, ni tiene la capacidad para hacerlo.

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