jueves, 23 de octubre de 2014

Ayotzinapa, no

Me basta pensar en la suerte de los miles de niños que cada año pierden la inocencia y la vida en las rutas de la migración ilegal para darme cuenta que me es imposible entender y apoyar a aquellos que piden justicia especial para los desaparecidos de Guerrero. Para mí, no hay ninguna razón en absoluto que justifique darle una mayor prioridad al esclarecimiento de los crímenes cometidos en contra de esos estudiantes, que a la localización de cualquiera de los menores de edad abandonados por sus irresponsables familiares, o enviados a cruzar la frontera por sus propios medios. En todo caso, ya que lo pienso, esos niños sí son, sin lugar a dudas, víctimas inocentes e involuntarias, algo que, al menos yo, no podría afirmar de los normalistas.

En segundo lugar, no puedo solidarizarme con un movimiento visceral y absurdo. Un movimiento que pide justicia y al mismo tiempo desea venganza, y un movimiento que acusa a todos los órdenes de gobierno, al estado en su totalidad, de perpetrar crímenes de lesa humanidad, pero no ofrece ninguna prueba y, lo que es peor, demanda -y, aparentemente, de verdad espera- que ese mismo "aparato represor" se encargue de identificar y castigar a los culpables.

Por último, me queda claro que sólo por ignorancia o mala fe se puede afirmar que los estudiantes fueron agredidos y secuestrados por ser activistas políticos, defensores de un supuesto modelo educativo o proyecto social alternativo. Si eso fuera cierto, hace muchos años que la Normal Isidro Burgos habría desaparecido, pues gracias a los métodos de lucha de sus alumnos, ninguna autoridad "sedienta de sangre" de estudiantes podría quejarse de falta de pretextos para reprimirlos con lujo de violencia. Si los poderes locales desataron en contra de ellos toda su capacidad destructiva, es obvio que no fue por su ideología "socialista" o su postura "globalifóbica" -ninguna de las cuales podría fácilmente admitir un grado mayor de radicalización-, sino, muy probablemente, como reacción a una agresión directa -y gratuita- en contra de sus intereses.

Así pues, a esa "solidarización forzosa" a la cual los paristas pretenden condenar a la comunidad universitaria yo digo: no, no y no.

Y diré algo más: la situación de Guerrero, como la de, por desgracia, buena parte del ámbito rural mexicano, me consterna, por supuesto que sí, pero yo creo que es estúpido tratar de explicar la cosa como el resultado de la acción de un gobierno malo y astuto -venido del espacio exterior, lo más probable- sobre un pueblo tarugo pero bueno, y que, si de algo podemos estar seguro, es que nada positivo puede salir de muestras huecas de solidaridad y demandas desquiciadas.

El problema, como yo lo entiendo, es que en sitios como los municipios de Iguala y Ayotzinapa la violencia se ha convertido en la moneda política corriente, usada, por igual, por gobernantes y gobernados, y la verdadera solución es sacarla de circulación, para lo cual no sirven ni una mega marcha ni diez mil paros.

Un cambio cultural de la magnitud requerida no se puede hacer a distancia ni instaurar por decreto. En primer lugar, debe de existir el deseo de superar el desgobierno en al menos una porción significativa de la población. Después, se necesita que gente nueva llegue a involucrarse en los problemas de la región para ofrecer otras soluciones y, sobre todo, una perspectiva menos viciada por conflictos añejos. Y en último lugar, es indispensable extinguir el poder del narco con la única medida de efectividad garantizada: la eliminación de la demanda.

Para mí, o se hace esto, o seguimos jugando a culpar de todo al "estado" y a los "indiferentes", y nos razgamos las vestiduras -lo más públicamente posible-, mientras todo sigue igual.

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